Una plática en el laboratorio de computación de secundaria fue suficiente para que despertara en mí cierto interés por la programación. Aunque no me dedico a ello, aprendí suficiente como para realizar algunas tareas básicas por mi mismo.
En aquella charla con el maestro, éste nos mostró a varios compañeros y a mi el equipo con el que estaba equipada la escuela. Lo que más recuerdo de aquel día fue el trabajo final de otro de sus alumnos, en él se mostraba la animación de un eclipse. Al verlo quedé fascinado, así que aprender a programar se volvió una obsesión en mí.
Me dediqué a estudiar horas extra, practicaba haciendo programas sencillos con ideas que se me venían a la cabeza y con el tiempo me convertí en el mejor de mi clase en esa materia (aunque en otras fuera un simple estudiante promedio).
Como maestro, uno de los mayores privilegios es poder sembrar esa misma semilla. Una que ayuda a despertar la creatividad que todos tenemos y llevarnos a hacer lo que nos apasiona. Aquel es uno de esos momentos que recuerdo con gusto y también con agradecimiento por el profesor que logró despertar eso en mí.
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